Quisiera no sentirse tan minúsculo, tan nimio a su lado y no acordarse de los momentos malos. Sólo de los buenos, de las risas y las caricias. Los vuelcos al corazón.
Ojalá todo fuese bueno. Ojalá todo nos fuese mejor. No como ahora, que se miran a los ojos para no ver nada o para ver el pasado. Y eso les pesa más. ¡Vaya, si les pesa! Más que un pedrusco diría yo. Y este afán por quererse que tenían; la facilidad para envolverse el uno a otro; para aislarse del mundo real... se ha convertido en un adiós.
Pero él no quería despedirse si no era un hasta siempre, si no era un adiós permanente y totalmente decisivo. Un pleno adiós a su corazón.
Entonces, un sonido como el de un rasguño intenso removió el silencio incómodo que había entre ellos.
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