Ella estaba allí. Sentada en la arena mirando el amanecer. Tarareaba alguna canción con aquella voz de sirena.
-Dime, ¿te quedarás?
Ella lo miró mientras se sentaba a su lado. Luego volvió a mirar hacia el frente.
-Yo nunca me quedo.
-¿Por qué?
-No lo sé-dijo encogiéndose de hombros.
-Esto es diferente. Me siento diferente y la causa eres tú-dijo con una nota desapasionada en su voz.
-Oye mira-dijo volviéndose a él-, yo no soy nadie. No soy nada. No tengo un hogar, ni una familia. No tengo planes, ni dinero. No puedo darte nada. Sólo me tengo a mi. Sé estar sola.
- ¡A mi también me tienes! ¡Yo te quiero!
- ¡Ah! El amor...- Suspiró. Se apartó un mechón rizado de la cara y lo enroscó tras su oreja. Luego lo miró con sus ojos negros- Pero yo no estoy hecha para mar, si no para vivir.
-¡No estás maldita, Santo Dios! No hables como si lo estuvieras.
-No digo que lo esté.
-Te gusta este lugar-afirmó como si aquello fuera suficiente.
-Sí, la Tierra esconde lugares maravillosos. Normalmente siempre vuelvo para no olvidar estos matices...
-Por favor...
-Déjame-dijo acariciándole el pómulo.
Luego se levantó y sacudió las faldas para borrar el rastro de arena que la cubría. Él se levantó también. Y continuó hablándole.
-Escucha, tú dices que no tienes nada pero si tú quisieras mi casa sería tuya. Esta playa-dijo señalando a su alrededor-, la verías todos lo días. Tendríamos planes. Trabajaré para ti. Para hacerte dichosa. Te regalare las estrellas y las pondré en tu cabello. Tú serás mi cielo, mi brillante cielo. No podrás decir que no eres nadie ni nada. Te quiero y tú me quieres. Es suficiente. Quédate y vive... Conmigo.
-Las estrellas no se regalan, ni se ponen en el pelo-dijo sonriendo- Es tan imposible como posible es la desaparición de los amores locos, como el tuyo, a los pocos días.
Él comenzó a agitarse levemente. Los hombres no lloran, eso dicen. Ella no lo abrazó. temía no poder desprenderse de su abrazo. Le tomó la mano y se la besó.
-Si el destino quiere, si tú eres para mi y yo para ti, nos unirá. Sé bueno. El destino y la suerte también tienen que jugar para no aburrirse.
Soltó su mano y se fue. Y desapareció muy rápido. Él no quiso mirar. Se quedó allí de pie mirando su dolor cara a cara. Sin lágrimas. Esperando el nuevo momento en que ella volviera.
Precioso, tía me ha encantado esta entrada
ResponderEliminarGracias, guapa!!xD
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