miércoles, 6 de julio de 2011

*Ella se muere de pena, él vive de ella*

Salió a la calle como alma que lleva el diablo. Alma que sale de su cuerpo desprovista de control queriendo causar daños irreversibles en el cuerpo, en la esencia del ser que ama y se le va de las manos. Porque al amor se le puede ordenar pero no obedece si no a su propio sentimiento.
Bajó la lluvia se esperan todo tipo de historias. Historias para olvidar o de las que marcan una vida y ella lo sabe, pero no quiere saberlo. Su momento mágico, de novela, de clásicos cinematográficos se ve ante sus ojos descuartizado por lo que tiene que ocurrir.

Él de espaldas, alejándose.
Ella tras él, furiosa. Empapada y sin paraguas, cartón u otra cosa que la resguarde de las frías agujas nocturnas.

Él con aquel rostro atormentadamente natural. Libre. Fugaz. Como el agua que fluye y se aleja.
Y ella empapándose de esa agua, se impregnada de él. Persistente. Salvaje. Disconforme con los caprichos que alguien o algo le ha asignado. Encolerizada por un dolor confuso que no obtiene respuestas que le calmen.

Y allí mismo, a oscuras. A solas con la luz de un par de farolas que resisten al apagón que tantas otras viven, se ve prisionera de las crueles decisiones de un jugador de corazones. Mientras la Luna se esconde discreta entre las nubes grises tristes y desahuciadas. Allí en el escenario más perfecto para la más desquiciante tristeza, lo ajustició.
Clavó las uñas en la piel de su cuello y lo agitó con fiereza. Descontrolada. Loca. Despechada por no ser la flor más bella y querida de su jardín, su infierno, su locura, su martirio. Como él lo era para ella. Decepcionada por no poder congratularse de la fortuna de sus besos ni la presión de su abrazo.
Culpándolo de haberle arrancado el corazón tras su ascenso de los infiernos para luego volverlo a recolocar como un simple accesorio más en la estantería de una casa ya en ruinas. Ella, que hubiese preferido la muerte al vacío de su amor, cayó al suelo pedregoso y lloró su desventura cual mártir desvirgada que va muriendo a cada lágrima derramada.

Él todo quieto como la más bella escultura; hombre bello sin igual; puro éxtasis infernal que hace arder las entrañas, recobró el pulso, la vida, la maldad y comenzó a sacudirsela de encima como si de una mota de polvo se tratase para poder volver a caminar como lo hacia antes de que ella llegase.

Y allí la dejó en medio de la lluvia.
Sola. Arrodillada. Sin fuerzas. Enamorada. Mutilada.

2 comentarios:

  1. Alucinante. Sencillamente alucinante. Impecable forma de relatar. Me encanta!, como siempre jeje bss

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  2. Muchas gracias. Sube el ánimo la verdad xD

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