martes, 7 de agosto de 2012

*El infinito más próximo*

Ahí donde te encuentras sentado das la sensación de ser alguien inalcanzable para mí. Hasta que me tomas la mano. Supongo que entiendes lo mucho que me gusta esta sensación y como me desarmas. Siempre haces lo mismo.

Ahí donde me tomas de la mano y la aprietas a ratos, te siento más cercano y aunque tú no lo sepas es como si entre las palmas de nuestras manos hubiese algo que cuidar.

Ahí desde donde me miras y sonríes, me tientas, me enamoras, me enloqueces, me matas lentamente... Desde donde ríes, tu risa alegra mi corazón.




Aquí donde estoy, en pie, mirándote tengo la sensación de no estar tan lejos de ti. No puede ser tanta la distancia entre tú y yo si estoy sintiendo como rozas mi piel. Supongo que sé lo perdida que estoy y no me importa. Supongo que tú también lo sabes y te gusta la sensación de saber que... aquí donde aprieto tu mano, quisiera que nunca la soltases.

Aquí desde donde te miro, acerco mis labios al estremecimiento de tu oído y te susurro lentamente, que eres lo peor. Y tú me sentirías rebosando calma y amor; ansia y odio... y sabrías que lo estaría diciendo con el miedo inundándome el pecho y la alegría, el corazón. Sabrías que estoy rogando que nunca apartes tus ojos de mí.

\infty

lunes, 6 de agosto de 2012

*Remilgada pero de Prada*

En la calle de San Fernando, una calle a la que ni siquiera hoy sería capaz de volver dada mi ineptitud en lo referente a la orientación, (la misma que la de mi GPS) allí lo vi por primera vez y bueno, todas las demás. Lo recuerdo sentado en el césped. Era un poco raro, tenía una pinta muy desaliñada, leía la peor obra que he leído en mi vida y mataba con la mirada. Vamos, que era un tio horrible de esos que se olvidan.
Yo, muy señora de Prada y Chanel, embutida en mi poder y en mi soledad, me senté en un banco cerca de él y ni siquiera se porqué. Abrí mi periódico y traté de leer. Lo sentía pasar las páginas, casi parecía estar devorando al libro en vez de leerlo.


- ¿Por qué no viene a hacerme compañía?


Lo miré. ¿Está loco?


-Sí, ústed señora.


¿Señora? ¿Señora yo? Pero qué...


- No me llame señora...


Cuando me giré lo vi mejor. Desgarbado y atractivo. Moreno y seductor. Quizá me había apresurado en mis conclusiones. Quizá no estaba desaliñado... Me sonrojé.


-Señorita.

-Mejor.

-Venga.

-No le conozco.

-No soy un terrorista.

-Es ústed raro.

-Y ústed, pero sería muy descortés habérselo hecho notar.

-Disculpe.

-Nada. Se la ve triste, así que la perdono

-No estoy triste.

-Es verdad, ústed se ha acostumbrado a ello, es así.


Me acerqué, pero no me senté.


-Digame, ¿es así como esperaba terminar?

-Evidentemente, es usted muy grosero. ¿Y qué sabe usted de mi?

-Nada, por supuesto, pero tampoco necesito saberlo. Todo lo que sé de usted, lo supe al verla a lo lejos. Su esencia ha volado.

- ¡Si que tengo esencia! ¿Qué va a ver usted de lejos?

-A una señorita de alta cuna con sueños frustrados.