miércoles, 18 de mayo de 2011

*Un fin inexplicable*

Tiene miedo. Las cosas no van bien. Todos lo saben pero caminan por las calles con unas máscara pétrea de serenidad. Ella también. En cualquier momento el aire que les da la vida les llevara a la muerte. En un instante. Tan rápido que nadie sobrevivirá ni padecerán dolor alguno.
Supone que como ella se han resignado. Que prefieren no sufrir mientras mueren a suicidarse como tantos otros. Pobres desesperados. Lo único que han conseguido es incrementar el número de suicidios y poner nerviosos a millones de personas. Personas que no pueden hacer nada mientras esperan su momento.

El mundo es un caos. Cada persona reacciona como quiere. Todos buscan soluciones. Se engañan. Todo eso no sirve de nada. No es como en las películas donde las ciudades arden y se comenten actos de vandalismo. No hay héroes que nos salven en el último instante. Las películas no son para nada un reflejo nítido de la realidad. Al menos por aquí por el Sur. La gente actuaba presa del pánico, es cierto. Aunque había visto más personas arrastrando los pies y con la cabeza gacha mientras se morían por dentro lentamente entre pensamientos que navajas en el cuello y cristales rotos. Desde luego no dice que no haya de todo.
Unos preferían morir cómodos, otros manteniendo sus vidas y los últimos viviéndola como sus circunstancias se lo permitían.

Hará dos horas desde que oyó por la ahora tortuosa radio cuanto quedaba para el final. Lo repitieron numerosas veces porque los medios de comunicación estaban teniendo problemas. La televisión ya no dice ni mu. Las interferencias se han llevado lo bueno y lo malo de la programación.

''Oh, mierda. Tengo miedo'', piensa.

También piensa en su familia en la otra punta del globo. Últimamente no han podido hablar mucho. Y aunque lo ha intentado todos los transportes están cerrados. Nadie quiere trabajar sabiendo que no servirá de nada.

Aligera el paso entre el gentío. Saca el móvil. Piensa en todos, incluido él. Se sofoca y siente ganas de llorar. Marca el número de su familia. Hoy se reunían. A lo mejor para morir mientras lloran y se toman la mano. Son tradicionales, es no lo cambiará. Los niños... Los niños estarán como siempre. Ellos no saben nada. Preguntaran a los mayores porque se ven tan raros y los mayores les ignoraran o mentirán. Eso hacemos cuando crecemos. Incapaces para afrontar la realidad. Además, no hay necesidad de decirle a un niño que no va a poder vivir. No sería justo.

Le tiemblan las manos, las piernas, la barbilla... Si pudiese palpar su alma está segura de que también estaría temblando.
Acerca el móvil a su oreja para oír a una teleoperadora automática de esas con las que no es nada complicado acabar discutiendo.
Queda poco más de media hora para una muerte mundial asegurada y no consigue oír la voz de sus familiares. Testaruda como siempre pulsa rellamada una y otra vez. En algún momento comienza a haber señal como si las líneas hubiesen sido reanimadas. Un teléfono se descuelga y se oye una voz femenina. Mamá.Le da un vuelco el corazón al escuchar la voz de su madre. Se controla porque sabe que siempre ha sido un remolino de palabras y en este caso el tiempo no abunda.

Le dice que la quiere. Que los quiere. Que es injusto. Que aquello no debería estar pasando de ningún modo. Y otra vez que los quieres. Unas vocecillas felices se oyen al fondo. Luego más cercanas. Los niños se han puesto al lado del teléfono. Todos intentan aportar sus palabras de consuelo, pero sin ningún orden por lo que se oyen más gritos que otra cosa.

Se apoya en una pared mientras ve a la gente pasar.

''Tita, tita, ¿vas a volver pronto?''
''Por supuesto'', responde.
''¿Y nos traerás regalos?''
''Claro'', ríe entristecida.

Y luego una serie de palabras de cariño y tristeza. Un ''siempre estaremos juntos, ¿verdad tita?''. Y la línea se corta.

Rompe a llorar.

''Oh, mierda lo mio no es llorar'', piensa.

Se separa de la pared y continúa su camino hacía el parque. Piensa él. Siempre piensa en él. Hace días que no se hablaban. No sabe donde está. Desapareció. Le dijo hace días que no quería verla más. Lo hizo con la peor de las miradas, con él más frío de los vocabularios. Fue suficiente para hacerlo huir, pero sólo estaba cabreada con el mundo y él, en aquel momento, le quedaba más cerca para descargar su ira.
Él dijo lo mismo, por eso no insistió nunca. Luego cuando nos arrepentimos el orgullo nos pesa más y unido al miedo se engrandece. Lo dejamos pasar, como si no importase cuando en realidad importa. Así nos resulta más fácil.
Rompe con todo. Le envía un mensaje. Una y otra vez pero no hay nada que hacer.
Entra en el parque. Aquel en el que pasaban las tardes de verano con libros, música y sonrisas cómplices.

Ahora no hay nadie. Es la única idiota con ataques de melancolía. No hay nadie que la calme ni un mensaje tranquilizador. Solo angustia. Se sienta en un banco y disimula su pena viendo el amanecer. Tan bonito...
Pone música. De esas que viven para siempre. Alguien morirá escuchado grandes canciones como esta. Parece mentira pero la música es la que por el momento todavía no le ha abandonado.

Quedan veinte minutos. Ni siquiera sabe porque le sigue dando vueltas a su muerte y a la de los demás, si nadie iba a sufrir el dolor de un golpe, un asfixiamiento...

Alguien se sienta a su lado y no le importa. Posiblemente, en otra situación se levantaría y se marcharía, pero está vez no le importaba.

''Aunque todo termine yo siempre te querré'', dice,''siempre''.

Sin mirarlo, llora y llora. Él la abraza. Es como si hubiese absorbido ríos y mares y ahora tuviese que dejarlos ir.
No hay nada peor que amar y saber que no se podrá vivir plenamente cada minuto de ese amor. Que no podrá ver sus ojos cada mañana ni disfrutar de cada una de sus sonrisas. Es lo peor.

Suena su móvil. Mientras lo saca, ella piensa con miedo en la posibilidad de que ahora pretenda marcharse. Lo lee en silencio. Algo sencillo se puede leer en la pantalla: ''Siempre te querré''.

''Eso ya lo sabía yo que te crees'' se mofa.

Ella se ríe un poco. Una burbuja explota en su nariz.

''Él siempre igual'' piensa.

Mira le reloj.

''Queda poco para la hora de la siesta'' dice supirando.

Se acerca para acurrucarse en su pecho mientras él la envuelve entre sus brazos y la coge de la mano. Le da un beso de esos que lo dicen todo. Apoya la cabeza en el respaldo del banco y cierra los ojos. ''Quisiera decirle más cosas, pero ¿qué necesidad hay de estropee.

''Te amo''le dice.
''Yo también te amo'' responde él.

Se aprietan la mano mientras todo acaba y suena aquella canción que enmarca el cuadro de aquel amor que se lleva el aire durante aquella puesta de Sol.



pd: ¿Cómo puede soñar algo así? Logicamente, hay cosas que no soñé y que he puesto para adornar un poco el texto... En fin... Espero que os guste. ;)

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