viernes, 8 de abril de 2011

*Recuerdos ya ausentes*



Esta mañana cuando he abierto por vez consecutiva los ojos he mirado el techo y me he quedado como muchas otras mañanas tan en blanco como él.
Ha sido una de esas veces en las que te quedas mirando a un punto fijo aunque en el fondo no estas viendo nada. Posiblemente, estás visualizando el techo y demás, pero en realidad sabes que no estás pensando en algo relacionado con él, ni siquiera piensas en algo que no tenga nada que ver. Sólo miras.
Y te quedas mirando el techo con una expresión hipnotizada, no parpadeas y a veces si te despistas ni respiras. Supongo que se podría hacer una comparación de todo esto. Sí, podría hacer una comparación pero sólo porque estoy aburrida frente al ordenador.
Sí, sólo por eso...

Supongo que la situación es la siguiente:

Miras a tu alrededor y ves a toda la gente con esas sonrisas, esa amabilidad y afecto que desde siempre has conocido. Y tu confías en todos. En todos ellos. Son especiales. Sin duda. Y lo piensas de verdad porque ellos nunca se han ido, que es lo que más odias. Y ellos también lo saben. Cuando estás mal te hacen reír. Cuando estás bien se alegran por ti.
A veces te paras sólo unos segundos para meditar como diablos te soportan si con cierta normalidad eres de tantas maneras que incluso puedes resultar verdaderamente insoportable.
Y también está el otro bando. El que no es del todo sincero, los que a menudo mienten. Y puede ser que ni siquiera sea con malas intenciones. Tal vez, lo hagan por algún motivo en concreto; otros lo harán simplemente porque quieren. Como si fuera el antojito del día.

Y aún así conservo las ganas de hacer las locuras de siempre, la sonrisa, las ganas de hacer reír y todavía me río de las bromas y los chistes que escucho a menudo y soy feliz.

Entonces, te vienen los recuerdos... Como aquellas tardes en las que se grabaron aquellos videos desastres o esa otra en la que salimos corriendo porque nos perseguía un muchachillo indefenso después de ver una película de miedo (que forma más intensa tenemos de vivir las cosas). Aquella madrugada comiendo todo lo que se les antojaba en una cocina a oscuras (desde huevos duros y tortillas de patatas a chocolate y palomitas) seguido de aquellos pasos que se oyeron en el pasillo que luego, misteriosamente, no pertenecían a nadie de la casa; esa tendencia tan propia de nosotras a disfrazarnos y ser otra persona distinta, aunque fuera sólo unos instantes.
Esos pésames en Halloween seguidos de mis comentarios casi en forma de gruñidos: ‘No estoy de velatorio, ¡joder!’ y los gritos de ellas bajo mi velo para asustar a la gente; los llantos de aquellos días que algo dolía (incluyendo en ellos que tu chico estaba desaparecido, que aquello había terminado ¿recuerdas?); el sentimiento basura, el pánico a mostrar mis miedos y la vergüenza a que me viesen llorar… Ese día, sentadas en el suelo con la vista fija en algo, con los nervios a flor de piel; lo secretos; el musical improvisado; los bailes bajo la lluvia; los churros en fin de año. O aquel día en que nadie quiso acompañarme y me escape sola, saltándome alguna que otra regla y ganándome una reprimenda por teléfono, lo bien que me sentí al realizar por primera vez una verdadera locura; la facilidad de un todo y la rapidez de un nada; las ganas de escaparme y el remordimiento de no haberlo hecho; mis continuos fallos y los suyos; los días en el skate; el chico al que le tenía que doler la cara y el que tenía algo... El chico que pasó a la historia y el que sin darte cuenta te haría sonreír con tan solo ponerse nervioso sirviendo hamburguesas; las fotos locas que nunca subimos y que quedan para momentos como este, para recordar y reírte o llorar; las decepciones; las advertencias; el ‘te llamo’ que luego no se produjo; el ‘no le vuelvo a decir nada’ que no se cumple; los karaokes tiradas sobre una manta; la tarde del rizador de pestañas y ese: 'NoOOOo!'; las ganas de machacar a alguien; las personas a las que sin poder evitarlo repeles y te repelen; el rubio de la discoteca con el que, hija mía acéptalo, querías ligar(XD); el ‘te esperare’ que fue completamente sincero; el ‘te sigo esperando imbecil’ que todavía mantengo; las conversaciones extrañas; las caricias; los besos; las cosquillas que tanto me gustan; un soplo fresco tras la oreja y los vellos de punta; el abrazo de alguien importante en un mal momento; los 'UoOOOo' improvisados; los puentes informáticos; los ‘odio a esa arpía’ en clase sumados de una nueva frase meses después: ‘Esta mujer no es tan mala en el fondo’; las malditas chinchetas; los piques con los juegos del Facebook; los ‘te voy a ganar’ acompañados de la respuesta: ‘Te odio mamonazo viciado a las bolas del Facebook’; las piruetas del Pressing Catch y ese fondo de pantalla tan sexy; las novelas acabadas y las que están en marcha; los viajes inolvidables; el restaurante ‘Pato est mort’; los ‘te lo comiste’ y las caras de ‘te la devolveré’; los cumpleaños; las tortugas veloces que, en realidad, traman algo lo que pasa es que es un secreto; los sueños completos e incompletos; la sensación de que siempre serás poco para alguien como él y el ‘¿Por qué justamente con él? ¿Por qué nunca he querido a nadie tanto? Si fuese así al menos podría decir que lo que siento no es algo nuevo’; ese diez que tanto costó; las tardes en las que no importa que la música este a todo volumen porque sigue sonando baja; el libro que me hizo llorar cinco puñeteras veces; los paraguas rotos si los llevo yo; mi torpeza; la guitarra que se me resiste aunque sea la Guitar Hero; mi nuevo karaoke al que pierdo si es con ella; ‘el no entras más en mi casa (para que no me ganes más); los intentos de arreglar por mi misma algunas cosillas del ordenador; los calambres y los ‘ni sueñes que voy a tocar una vez más ese trasto’ y el momento siguiente en el que lo vuelvo a tocar; ese monologo que escribimos; esa cancion de la medusa; el grupo de baile que pasó a mejor vida; el grupo de música que duró cuatro días y que a veces surge dentro de un coche o una habitación; los discos que ordene y alguien volvió a desordenar; la mariposa pintada en la pared; el baile del pañuelo que es un baile nuevo; ese pequeñazo que dicen que se parece a mi, que te exaspera y te hace reír; esa familia que sabes que siempre estará ahí; aquellos que no están; los viejos lugares: esa heladería; ese salón de títeres que tanto me gustaba; la casa de aquel pintor que me hizo desear pintar; ese pub; esa feria llena de colores; ese colegio; esa avenida; ese campo y esa hierba fresca sobre la que a menudo me tumbaba para ver volar los pájaros; la supuesta casa encantada… Mis despistes; los ‘si te he visto no me acuerdo’; los días de emociones fuertes; los planes; los proyectos; el temor a lo nuevo; los partidos donde creímos que mataríamos al árbitro; las tardes de espera; esa llamada tan esperada; el ‘yo quiero que sea con él pero puede que ya sea tarde’; el ‘olvídate de ese mamaostias’ de boca de una hermana seguido de un ‘Sí, lo haré. Esto no me hace bien’ acompañado de una sonrisa y un pensamiento de ‘¡No puedo!’; esa canción que siempre bailamos; la que bailábamos; la canción que cuando suena nos hace llorar a moco tendido; la que cuando suena me recuerda constantemente a él; esa canción que sé que está hecha para mí; esa que sé que está hecha para nosotros; esa película que me hizo llorar en los créditos; la que todavía estoy esperando ver con Vainilla; la necesidad de que algunas cosas no sean verdad; las peleas; el brillo en los ojos de la gente especial; la frustración de no entender que es lo que me quiere decir; de una conversación; unos puntos suspensivos; un silencio… La época embrujada; los brindis; los ‘hoy estamos todos juntos’ y esas sonrisas como recompensa…

Por eso cuando piensas en todos los buenos momentos temes comenzar a odiar a esas personas solo por querer seguir su camino sin ti. A lo mejor es que no entienden que sean de verdad importantes para ti o puede que no les importe. Quien sabe...

Lo que sí es cierto es que te das cuenta mientras miras una simple pared que no es lo mismo mirar que ver y comprendes que estabas tratando de ver algo que solo se puede mirar. En cambio ves en tus amigos, en tu familia y en todos los que ya no lo son.
Y sin quererlo has pensando en tantas cosas... En los amigos que se fueron, en el chico que para ti es imprescindible, en las personas que siguen aquí... Y te preguntas cuanto tiempo durara, si se están equivocando, si te estás equivocando, en porque piensas todo esto nada más despertarte mientras miras una pared...

Lo único que sé es que a pesar de mis ganas de quedarme tumbada mirando las paredes blancas me levanté con una sonrisa en la cara y comencé a tararear esa canción:

No voy a sentirme mal si algo no me sale bien, he aprendido a derrapar y a chocar con la pared, que la vida se nos va como el humo de ese tren, como un beso en un portal, antes de que cuente 10…

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